Entrada destacada

¡Empecemos!¿Por qué y para que?

Cuando le cuentas a alguien por primera vez que te gusta escribir y que tienes ganas de crear una historia, seguramente no obtendrás las ...

lunes, 16 de octubre de 2017

Sin daños a terceros

                     
                          Prólogo 

El viento fresco golpea mi rostro reconfortándome de inmediato, me gusta estar aquí, me siento libre. El enorme jardín de un verde singular me hace sentir en casa, silencian mi mente y aligeran la carga en mi alma. Ojalá pudiera visitar una biblioteca, mi paraíso, mi lugar favorito a donde solía ir para calmarme cuando era una adolescente.

El dolor me carcome lento, pero seguro. Dicen que este lugar me ayudará. Lo que no saben es que las horas que estoy en el exterior es lo único que me calma, no me gusta estar dentro de ese sombrío edificio de tres pisos donde las personas gritan, lloran y hablan a la nada.
Me siento atrapada en un mundo oscuro y silencioso donde nadie entiende lo que mutila mi interior.

¿Cómo podrían entenderme?

Mi habitación es tan fría que todas las noches me cuesta conciliar el sueño, mi cuerpo no para de temblar, la sangre llega con dificultad a mis pies y mis manos simulan la de un muerto.
Estoy tan delgada y partida que hasta el calor me ha abandonado.

El doctor Rivas habla conmigo todos los jueves por la tarde, digo que habla porque yo no digo una sola palabra, no lo he hecho desde que me trajeron a este lugar.
No estoy loca, lo tengo claro, solo estoy llena de un dolor tan intenso que me sumió dentro de una oscuridad que me robó la alegría de vivir.
La luz en mis ojos ahora es opaca, el brillo se desgastó con los ríos de lágrimas que sin aviso brotan en cualquier momento. Esta es mi vida ahora.

Una noticia sorpresiva y amarga me desgarró como cuchillas destruyendo mi razón, eso me trajo a este lugar. Mi estado catatónico, mi negativa para comer y un llanto incontenible alertaron a aquellos que me rodeaban.

<No puedes continuar así>, comentó mi madre preocupada.

Nadie puede entender mi estado porque nadie sabe el dolor que anida en mi corazón.
Nunca lo sabrán, es mí secreto. Lo único que me queda de él.

Antonio dice que aquí me ayudaran, en un principio lo odie pues creí que su intención era deshacerse de mí, tal vez lo merecía, cometí un grave error, uno que ni siquiera yo perdonaría. Ahora creo que lo hizo por mí.
Quizá en verdad me quiere, quizá su conciencia lo obliga.

Hay tantas preguntas en el aire, tantas dudas, pero sobre todo su ausencia y eso terminó por mutilar mi alma.

-Buenos días, Victoria, te estaba esperando -dijo el doctor Rivas al verme parada en el marco de la puerta de su oficina indecisa de entrar.

Es una habitación iluminada, una de las pocas que cuentan con ventanas, ojalá la mía estuviera así para que los rayos del sol pudieran colarse con facilidad. Eso también me haría sentir mejor.

En casa cuando despertaba, lo primero que hacía era mirar hacia la ventana solo para constatar como el sol entraba en mi habitación, después estiraba mis manos y sonreía.
Aquí eso es imposible, la habitación que me asignaron es una especie de celda donde la paredes son blancas, la puerta de metal está siempre cerrada bajo llave y la ventana apenas posee una rendija rectangular que deja entrar algunos hilos de luz.
El aire es tan escaso que cuando estoy ahí -que es la mayor parte del tiempo-, me asfixio.
Soy una prisionera más en una cárcel con pinta de hospital.

-¿Estás lista para hablar hoy? -preguntó por milésima vez.

Esa era la pregunta obligada, la primera y la única que hacía, segundos más tarde se rendía ante mi silencio y me despedía. Pero esta ocasión no fue igual.

-He esperado paciente y podría esperar más, pero no es conveniente para ti prolongar esto, así que antes de que regreses a tu habitación voy a pedirte algo.

El doctor Rivas me mira serio con esos pequeños ojos detrás de los cristales de sus curiosos anteojos que los engrandecen como lupas. Es calvo, creo que optó por raparse al notar que su cabello desaparecía, lleva puesta una bata blanca en cuya bolsa asoma una fina pluma color negro.

Es un hombre amable comparado con Rita -la enfermera a cargo-, una mujer llena de amargura y mal humor quién me recibió a gritos y amenazas.

<No puedes salir de tu habitación hasta que el doctor lo autorice, cuidado con andar merodeando por los pasillos, no busques problemas y sobre todo no te resistas a tomar tus medicamentos, sí me dan una queja te aseguro que lo vas a lamentar>, dijo con voz gruesa y autoritaria. Tiene el pelo corto en color rojizo, es ancha y muy alta, parece jugador de fútbol.

-Ya que te resistes a pronunciar palabra, voy a pedirte más como un favor que como una orden, que escribas en esta libreta lo que deambula por tu mente. Lo que quieras, poco o mucho, bueno o malo, real o fantasioso, solo escríbelo. Te hará sentir mejor, lo prometo. Cada jueves por la mañana vendrás a mi oficina para dejarlo sobre mi escritorio. Solo yo lo leeré y lo haré sin juicios, puedes confiar en mí, Victoria, mi único interés es ayudarte.

Sin apartar la mirada de mí me entregó una libreta forrada en color azul pálido y un lapicero. Con los ojos clavados en ese peculiar objeto, levanté la mano para tomarlo y sin decir nada salí de prisa. Rita vigiló el regreso a mi habitación, más que enfermera es una celadora.

Una diminuta luz se encendió en mi interior, tal vez esa libreta de convertiría en mi confidente, mi posible salvación. Pero, ¿puedo confiar en el doctor Rivas?

¿Guardará mí secreto tan celosamente como lo hago yo?

Quizá sí, después de todo es solo un extraño, ¿que beneficio puede obtener al enterarse de todo?

Me detuve unos metros antes de llegar a mi destino, los gritos desesperados de una mujer me alertaron, se resiste llena de temor a entrar en ese cuarto -el cuarto de tortura-, así suelen llamarlo.

Yo nunca he entrado ahí y no deseo hacerlo, es un pequeño infierno que calcina las neuronas. De vez en cuando llevan a alguien ahí y los gritos comienzan, minutos después sale una camilla que sigilosa se desliza por los pasillos con el cuerpo desvanecido de aquel desafortunado.

Trague saliva con dificultad, un escalofrío recorrió mi ser.

-No te detengas, Victoria, no es de tu incumbencia -amenazó mi celadora.

Entré a mi habitación acolchonada sin mirar atrás y me tumbé en la cama con las piernas encogidas, mi mano tiembla ansiosa. Sin esfuerzo alguno comencé a escribir el inicio de todo...

Busca la historia completa en Wattpad!! 

https://my.w.tt/UiNb/sIVgyc9KiH

♥️😉🤗

No hay comentarios:

Publicar un comentario